MARÍA SÁNCHEZ RUÍZ
Ganadora
Carmen es la mujer que haría perder la cabeza incluso a la más cuerda.
Su pelo normalmente recogido en un despeinado moño dejaba al
descubierto una angelical cara que mostraba casi al detalle su carácter
bondadoso; su sonrisa era un rayo de sol en las noches frías y sus ojos son
el mar en el que siempre te quieres bañar.
Podría describir al detalle cada rincón de su cuerpo pues he leído en
braille todos y cada uno de sus lunares y es que, aunque el mundo fuese
ciego sería capaz de ver su belleza a través de las aterciopeladas palabras
que salen de su boca.
La comisura de mis labios siempre hacia arriba cada vez que pronunciaba
su nombre: “Carmen”, jamás imaginé que dos sílabas pudiesen abarcar
tanto. El simple hecho de nombrarla hacia no que sintiese la chispa, si no
toda la central eléctrica.
“Carmen” y de nuevo escucho su voz al compás de mi guitarra y el
atardecer de fondo, entonces la vida parece que vuelve a tener sentido.
Como de un mal sueño me levanto, buscándote en mi cama, pero tu hace
rato que no estas.
Me aferro a la idea de que es un mal sueño, que simplemente te has
quedado en el salón escribiendo uno de tus poemas o estás en la ventana
contemplando el gris de la luna con un cigarrillo entre las manos.
Echo de menos todas y cada una de tus manías, tus ganas de vivir la vida y
sobretodo, tus ganas de vivirme a mi.
Recuerdo nuestras primeras citas entre risas y cervezas y tu mirada capaz
de absolverme
de todos y cada uno de mis pecados. A pesar de todo, me mantengo
incrustada en la ternura de nuestro primer beso, en las risa nerviosa
mientras te retiraba con sumo cuidado aquellos dos mechones que solías
dejarte siempre fuera de tu característico moño (joder, que guapa
estabas) y en como mis manos se deslizaban sobre tu cuerpo con la
confianza de estar haciendo lo correcto.
Desde que te has ido las calles están inundadas melancolía, fueron tantos
los rincones testigos de nuestro amor. Galicia te echa de menos, yo
también.
El helado de chocolate y naranja ya no es tan dulce y las rosas si no las
sostienes tu, no huelen tan bien. Desde que te has ido todo sabe a poco,
nada me sabe a ti.
Son mis ganas las que suplen mi valentía para coger el teléfono y escribir:
“¿Como estas?.
Los nervios invaden mi cuerpo y me siento ridícula observando la pantalla,
esperando tu mensaje. No soy capaz de sostener la mirada cuando veo:
“escribiendo”. Son tantos los pensamientos que recorren mi cabeza.
una mezcla de miedo y ganas me hacen volver a mirar la pantalla. -No me
escribas más- y las manos que sostenían el teléfono se deshacen casi a la
misma vez que mis ilusiones de poder abrazarte antes de dormir.